Descubriendo el BDSM

Siempre me ha gustado llevar la iniciativa en el sexo. No por necesidad de controlar, sino porque me excita guiar, provocar, marcar el ritmo. La mayoría de mis encuentros han sido un juego de ida y vuelta: yo propongo, la otra persona responde, y así nos alimentamos mutuamente del deseo. Pero desde hace un tiempo, hay algo que me ronda la cabeza y que cada vez me llama más: el BDSM.

No hablo del BDSM extremo que muchos imaginan, lleno de látigos, gritos o dolor desmedido. Hablo de esa parte erótica y mental donde el placer nace de la entrega, de la tensión, de la confianza. Donde el cuerpo del otro se convierte en territorio para explorar, y tú, en quien lo guía por ahí.

Siempre me ha atraído ese punto de poder. Ver cómo alguien se deja hacer, cómo confía, cómo se entrega por completo. Ese momento en el que la persona deja de pensar y solo siente. No es tanto una cuestión de control como de energía, de conexión. Me pone la idea de vendar los ojos, de inmovilizar suavemente, de marcar el ritmo sin palabras. De decidir cuándo y cómo.

Me gusta esa mezcla entre erotismo y autoridad. No desde la violencia, sino desde la intención. Azotes suaves, caricias firmes, una orden dicha al oído con tono bajo, una mano que guía la cabeza o sujeta las caderas.
Es un tipo de poder que no se impone, se construye.

Y sí, me excita imaginar a alguien atada a la cama, vulnerable, expectante, sin saber qué vendrá después. Que solo pueda sentir mis manos, mi lengua, mi respiración. Que no pueda decir “no” porque no quiere decirlo, porque en ese contexto el juego es precisamente rendirse.

Eso, para mí, es el verdadero morbo del BDSM: la rendición consensuada. No el dolor, no el castigo, sino el placer de ceder el control a alguien que sabe usarlo.

No tengo experiencia real en sesiones como tal, pero me gustaría aprender. Entender los roles, los límites, las señales, los subespacios y todo ese universo que parece tan complejo desde fuera. Porque cuando te asomas al mundo del BDSM te das cuenta de que no es solo “dominante” y “sumiso”. Hay matices, subroles, dinámicas. Y ahí es donde quiero adentrarme.

No busco ser un “amo” de caricatura, con poses o frases prefabricadas. Me interesa lo erótico del dominio. Lo psicológico. Ese instante en que la otra persona baja la mirada y se entrega. Me pone más eso que cualquier látigo.

Me gusta el término dominante sensual. Suena a lo que busco: intensidad, pero con sutileza. Poder, pero sin dureza. Jugar con la mente, con los sentidos, con los silencios.
El placer de tener a alguien a tu disposición, de explorar su cuerpo con calma, de decidir cuándo se corre y cuándo no. De usar, sí, pero desde el deseo compartido.

Sé que es un mundo que requiere responsabilidad y aprendizaje. No se trata de “mandar” y ya está. Hay reglas, códigos, confianza. Pero me atrae precisamente eso: que no es un simple polvo, sino una experiencia completa. Una coreografía del placer donde cada gesto tiene un significado.

He leído bastante sobre el tema últimamente, y cuanto más lo hago, más claro tengo que lo mío no va por el lado del dolor físico, sino del control erótico. No me interesa ver sufrir, me interesa ver disfrutar sin control.
Esa diferencia, aunque parezca mínima, lo cambia todo.

El BDSM, bien llevado, no va de machacar, sino de amplificar sensaciones. De convertir lo simple en intenso. De que una caricia se sienta como un golpe y un suspiro suene como una orden.

Y si lo pienso desde mi manera de vivir el sexo, encaja bastante. Me gusta provocar, jugar, manipular el deseo ajeno, llevar a la otra persona a un punto donde no pueda pensar en nada más. Me gusta la obediencia en lo erótico, no como sometimiento, sino como entrega.
Ver que alguien se rinde a ti, no por obligación, sino por placer, es una de las cosas más potentes que existen.

Supongo que por eso quiero probar. Porque hay algo ahí que me llama.
Y porque, además de vivirlo, me encantaría escribirlo. Capturar esa tensión, esa respiración contenida, ese equilibrio entre lo prohibido y lo deseado.
Mis relatos siempre se han movido entre lo natural y lo instintivo, pero el BDSM abre otra puerta. Un espacio donde el cuerpo y la mente se mezclan de una manera distinta.

A veces me imagino cómo sería mi primera sesión real.
Nada de cuerdas complejas ni dolor físico. Algo más íntimo, más controlado.
Una habitación con luz tenue. Ella (o él) con los ojos vendados, las muñecas sujetas, el cuerpo preparado para sentir. Yo guiando, explorando, jugando con los límites. Hacerle de todo, probarlo todo, alargar el placer hasta el punto justo.
Esa sensación de tener el control del deseo ajeno me parece hipnótica.

Y no, no me interesa lo “hardcore”. No quiero sesiones de tortura ni dominar por ego. Quiero erotismo. Quiero conexión. Quiero ese tipo de dominio que hace que el tiempo se detenga.

Quizás por eso digo que el BDSM me intriga: porque no es solo sexo, es comunicación.
Una forma de conocerse.
De probarte.
De entender qué pasa cuando dejas el control —o lo tomas— sin miedo.

Así que sí, tengo curiosidad. Me gustaría aprender, vivirlo, escribirlo.
Y si de paso alguien quiere enseñarme, experimentar juntos, o compartir experiencias, que me escriba. Todo lo que sea con respeto, ganas y mente abierta, es bienvenido.

Porque al final, el sexo es eso: explorar.
Y el BDSM, cuando se vive desde la sensualidad y el respeto, no es más que otro idioma del deseo.
Y a mí me encanta aprender idiomas nuevos.

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