Cuando el morbo no aparece.
Siempre me preguntan por qué tengo tan pocos relatos de temática gay. Algunos lo hacen con curiosidad real, otros con ese toque de morbo disfrazado de interés literario. Y la verdad es que no hay una gran historia detrás. No es falta de ganas, ni de experiencias. Es falta de chispa.
He tenido mis encuentros con hombres, claro. De hecho, más de los que aparecen escritos. Pero cuando me siento a contarlos, me doy cuenta de que me falta algo. No hay ese hilo invisible que hace que la historia se convierta en relato. Porque, seamos sinceros: muchos tíos van al grano. Sin preámbulo, sin misterio, sin esa tensión deliciosa que te hace perder el control poco a poco.
Con los hombres, casi siempre ha sido un “hola, ¿dónde estás?”, “ok, voy para allá”, “me la chupas, te corro, y adiós”. Y ya está. No digo que no haya placer en eso, porque lo hay. Hay cuerpos que huelen a deseo, a testosterona, a piel caliente. Hay besos duros, pollas que saben a cloro y adrenalina, gemidos que resuenan en habitaciones que no volveré a pisar. Pero, aun así, cuando todo termina, me quedo con la sensación de que faltó algo.
No sé si es que me atrae más el juego previo, el tonteo, la mirada que dura un segundo más de lo normal. Con los hombres, pocas veces lo he encontrado. Todo suele ser inmediato. En cambio, con las mujeres… joder, con las mujeres hay un universo entero antes del sexo.
El roce de una pierna bajo la mesa. La manera en que se muerde el labio cuando sabe que la estoy mirando. Esa conversación en la que los silencios pesan más que las palabras. Con ellas, el deseo tiene textura, huele a piel limpia, a perfume caro, a vino tinto y saliva. Hay tensión, hay historia, hay narrativa. Y eso, para mí, lo cambia todo.
Porque escribir —al menos para mí— no va solo de contar quién se folló a quién. Va de capturar ese instante donde el deseo se hace inevitable. De traducir al papel lo que uno siente en la piel, en la lengua, en la respiración. Y si ese momento no existe, el texto se queda vacío, como una corrida sin placer, como una cita sin beso.
Quizás el problema está en cómo muchos hombres viven el sexo. A menudo lo enfocan desde la rapidez, desde la descarga inmediata, desde el cuerpo más que desde el juego. Es como si el morbo estorbara, como si las ganas de follar fueran tan urgentes que no diera tiempo a disfrutar del proceso. Y eso, a nivel narrativo, me deja sin historia. Es difícil escribir sobre algo que pasa en diez minutos y se olvida en veinte.
Yo, en cambio, necesito todo lo contrario. Me excita el proceso, el juego, el lenguaje corporal. Me calienta más un silencio bien colocado que una foto explícita. No quiero que me la metan y ya está: quiero sentir cómo se construye el deseo, cómo se cocina despacio, hasta que el cuerpo se rinde sin remedio.
Por eso, aunque he tenido encuentros intensos con hombres, pocos me han dejado esa sensación de “esto merece ser contado”. Algunos sí: el chico del gimnasio que me llevó al baño sin decir una palabra; el desconocido del sauna que me besó con rabia, como si me odiara; el amigo que me miró diferente una noche después de demasiadas copas. Momentos que se grabaron, pero que no tuvieron historia. Faltó contexto, diálogo, algo que los volviera relato.
En cambio, hay un tipo de experiencias que sí me han marcado más: las que he tenido con chicas trans o con hombres más ambiguos, menos encasillados en ese papel de “activo” o “pasivo” que tanto aburre. Ellos, o ellas, o lo que cada uno decida ser, tienen otra energía. No hay prisa, no hay guion. El sexo con personas trans, por ejemplo, me ha hecho ver el deseo desde otro lugar. Más libre, más honesto, menos cuadrado.
Con ellas sí hay historia. Hay conversación, complicidad, una mezcla de curiosidad y ternura que no suelo encontrar en los encuentros más “masculinos”. Y sí, tengo varios relatos de esas experiencias que pronto subiré al blog. No porque quiera “rellenar cuota” LGTBI, sino porque realmente lo valen. Porque fueron intensas, distintas, y sobre todo, reales.
A veces me da rabia que mis relatos gay no salgan como quiero. Me encantaría poder escribir una historia con un chico que me deje temblando, no solo por cómo me folla, sino por lo que me provoca. Pero hasta ahora no ha pasado. O no como yo lo necesito para escribirlo.
Quizás es una cuestión de conexión. De cómo se da el deseo entre hombres, de cuánto nos permitimos mostrar, mirar, sentir. A veces hay tanto miedo a parecer vulnerable, a dejarse ver, que terminamos disfrazando el deseo de simple descarga. Y eso, a nivel erótico, mata la historia.
Yo necesito conflicto, tensión, algo que me queme por dentro antes de que me corra. Necesito un gesto, una frase, una mirada que me desarme. Y eso, con los hombres, rara vez aparece. Con las mujeres, o con las trans, sí. Tal vez porque hay más juego, más matices, más lenguaje sin palabras.
Aun así, sigo abierto. Sigo buscando. No descarto que un día aparezca alguien que me cambie la percepción, que me rompa los esquemas y me haga escribir la historia gay que llevo años intentando sacar. Porque, al final, de eso se trata “Sin Filtros”: de vivirlo todo, contarlo todo, sin miedo ni etiquetas.
Y si algo tengo claro es que el deseo no entiende de géneros. Entiende de piel, de química, de lo que pasa cuando dos personas se miran y el aire se vuelve pesado. Así que, aunque mis relatos LGTBI sean pocos por ahora, llegarán más. De hecho, ya hay varios en el horno. Y algunos, te aseguro, van a arder.
Porque si algo me mueve, más allá del morbo o de la carne, es esa búsqueda constante de experiencias que me hagan sentir vivo. Y si en el camino hay un chico, una chica trans, o lo que sea que me haga temblar, te lo contaré. Sin filtro, como siempre.